lunes, 11 de noviembre de 2013

El Papa con los enfermos de Lourdes

EL PAPA DEDICA UNA HORA A SALUDAR, UNO A UNO, A MIL ENFERMOS QUE PEREGRINAN A LOURDES


El santo padre Francisco esta mañana encontró en el aula Pablo VI en el Vaticano, a los voluntarios del Unitalsi (Unión nacional italiana transporte enfermos a Lourdes y santuarios internacionales), asociación italiana de voluntarios conocida principalmente por su acompañar a enfermos y discapacitados a peregrinar a los santuarios marianos.

La Unitalsi está realizando en Roma un congreso de tres días con motivo de los 110 años de la fundación, al cual participan unas dos mil personas y que tuvo su momento culminante en el encuentro de hoy con el santo padre.
Es un movimiento de voluntarios en el que participan muchas personas y jóvenes, que con frecuencia renuncian a sus vacaciones, y en vez de ir a la playa o a divertise prefieren acompañar a los enfermos en las peregrinaciones a los santuarios. Además realizan otros servicios, como asistencia a los enfermos en sus casa, pero también a los papás o familiares de los niños o personas enfermas.
Al concluir la audiencia en la que participaron unas 7 mil personas, el papa arrancó aplausos cuando dijo: “No se avergüencen de ser un tesoro precioso de la Iglesia”. Al concluir el encuentro el papa se acercó al público reunido y saludó a los enfermos, entre los cuales tantas personas en silla de ruedas y muchos niños.
LAS PALABRAS DEL PAPA FRANCISCO
“Queridos hermanos y hermanas, les saludo con afecto, especialmente a las personas enfermas y discapacitadas, acompañadas por los voluntarios, a los asistentes eclesiásticos, a los responsables de las sección y al presidente nacional, a quienes les agradezco por su palabras.
La presencia de cardenales, obispos y personalidades institucionales es un signo del aprecio que la Unitalsi encuentra en la Iglesia y en la sociedad civil.
Desde hace 110 años vuestra asociación se dedica a las personas enfermas o en condiciones de fragilidad, con un estilo típicamente evangélico. De hecho vuestra obra no es asistencialismo o filantropía, sino un genuino anuncio del evangelio de la caridad y del ministerio de consolación.
Pienso a los tantos socios de la Unitalsi esparcidos por toda Italia: son hombres y mujeres, mamás y papás, y tantos jóvenes que movidos por el amor de Cristo y su ejemplo de Buen Samaritano, delante del sufrimiento no voltean la cara para el otro lado. Al contrario buscan tener una mirada que acoge, una mano que levanta y acompaña, palabras de confort, abrazos de ternura. No se desanimen por las dificultades y el cansancio, sino por el contrario sigan donando su tiempo, sonrisa y amor a los hermanos y hermanas que tienen necesidades.
Que cada personas enferma y frágil pueda ver en los rostros de ustedes, el rostro de Jesús; y que también ustedes puedan reconocer en la persona que sufre la carne de Cristo. Los pobres, también los pobres de salud son una riqueza para la Iglesia; y ustedes de la Unitalsi, junto a tantas realidades eclesiales, han recibido el don y el empelo de recoger esta riqueza, para ayudar a valorizarla, no solamente para la misma Iglesia, sino para toda la sociedad.
En el contexto cultural y social de hoy es más bien tendiente a esconder la fragilidad física, a considerarla solamente un problema, que pide resignación o falsa piedad o a veces el descartar las personas.
La Unitalsi está llamada a ser signo profético y a ir contra esta lógica mundana, ayudando a quienes sufre a ser protagonistas de la sociedad, en la Iglesia y también en la misma asociación. Para favorecer la real inserción de los enfermos en la comunidad cristiana y suscitar en ellos un fuerte sentido de pertenencia es necesaria una pastoral inclusiva en las parroquias y en las asociaciones. Se trata de valorizar realmente la presencia y testimonio de las personas frágiles y que sufren, no solamente como destinatarias de la obra evangelizadora, pero como sujetos activos de esta misma acción apostólica.
Queridos hermanos y hermanas enfermos, no se consideren solamente como objeto de solidaridad y de caridad, pero siéntanse insertados a pleno título en la vida y en la misión de la Iglesia. Ustedes tienen un lugar propio, un rol específico en la parroquia y en cada ámbito eclesial.
La presencia silenciosa de ustedes es más elocuente que tantas palabras, la oración de ustedes, la oferta cotidiana de los sufrimientos en unión con las de Jesús crucificado por la salvación del mundo, la aceptación paciente y también gozosa de la condiciones, son un recurso espiritual, un patrimonio para cada comunidad cristiana. Nos se avergüencen de ser un tesor precioso de la Iglesia.
La experiencia más fuerte que la Unitalsi vive durante el año es la peregrinación a los santuarios marianos, especialmente al de Lourdes. También vuestro estilo apostólico y vuestra espiritualidad se refieren a la Virgen santa. ¡Descubran nuevamente las razones más profundas! En particular imiten la maternidad de María, la atención materna que ella nos dedica a cada uno de nosotros. En el milagro de las bodas de Caná, la Virgen se dirige a los siervos y les dice: “Todo lo que les diga, háganlo” y Jesús ordena a los siervos de llenar con agua las ánforas y el agua se vuelve vino, mejor del que habían servido hasta ese momento.
Esta intervención de María junto a su Hijo, muestra la cultura de esta Madre hacia los hombres. Es el cuidado atento a nuestras necesidades más reales: ¡María sabe qué necesitamos! Ella se ocupa de cuidarnos, intercediendo junto a Jesús y pidiendo para cada uno de nosotros el don del 'vino nuevo', o sea el amor, la gracia que nos salva. Ella intercede siempre y reza por nosotros, especialmente en el momento de la dificultad y de la debilidad, en el momento de la angustia y del desorientamiento, especialmente en la hora del pecado. Por ello, en la oración del Ave María, le pedimos “ruega por nosotros pecadores”.
Queridos hermanos y hermanas, encomendémonos siempre a la protección de nuestra Madre celeste, que nos consuela e intercede por nosotros junto a su Hijo. Nos ayude Ella a ser ante quienes encontremos en nuestro camino, un reflejo de Aquel que es “Padre misericordioso y Dios de cada consolación”.




miércoles, 6 de noviembre de 2013

Conmovedor abrazo del Papa Francisco a un hombre que tiene enfermedad rara.

foto ANSA

VATICANO, 06 Nov. 13 / 01:25 pm (ACI).- 
Al culminar la audiencia general de hoy en la Plaza de San Pedro, el Papa Francisco conmovió nuevamente al mundo al abrazar efusivamente a un hombre que padece neurofibromatosis, una enfermedad neuronal que causa tumores en la piel y en los huesos, causando gran dolor.
Las personas que padecen esta enfermedad, de origen genético y que no se contagia, son discriminadas muchas veces por su apariencia.
Al saludar, como hace habitualmente, a los peregrinos que llegaron para participar en la Audiencia General, en un intenso gesto de amor por las personas que padecen enfermedad, el Papa se detuvo durante varios minutos para acoger en sus brazos al hombre enfermo. Instantes después lo tomó del rostro y le dio su bendición.

La neurofibromatosis puede ocasionar parálisis, problemas de visión, sordera, retardo mental, migrañas e incluso cáncer, y su tratamiento es muy complicado.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Mensaje del Papa para la jornada mundial del emigrante y del refugiado 2014



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
PARA LA JORNADA MUNDIAL
DEL EMIGRANTE Y DEL REFUGIADO 2014
 
«Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor»

Queridos hermanos y hermanas:
Nuestras sociedades están experimentando, como nunca antes había sucedido en la historia, procesos de mutua interdependencia e interacción a nivel global, que, si bien es verdad que comportan elementos problemáticos o negativos, tienen el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la familia humana, no sólo en el aspecto económico, sino también en el político y cultural. Toda persona pertenece a la humanidad y comparte con la entera familia de los pueblos la esperanza de un futuro mejor. De esta constatación nace el tema que he elegido para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado de este año: Emigrantes y refugiados: hacia un mundo mejor.
Entre los resultados de los cambios modernos, el creciente fenómeno de la movilidad humana emerge como un “signo de los tiempos”; así lo ha definido el Papa Benedicto XVI (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2006). Si, por un lado, las migraciones ponen de manifiesto frecuentemente las carencias y lagunas de los estados y de la comunidad internacional, por otro, revelan también las aspiraciones de la humanidad de vivir la unidad en el respeto de las diferencias, la acogida y la hospitalidad que hacen posible la equitativa distribución de los bienes de la tierra, la tutela y la promoción de la dignidad y la centralidad de todo ser humano.
Desde el punto de vista cristiano, también en los fenómenos migratorios, al igual que en otras realidades humanas, se verifica la tensión entre la belleza de la creación, marcada por la gracia y la redención, y el misterio del pecado. El rechazo, la discriminación y el tráfico de la explotación, el dolor y la muerte se contraponen a la solidaridad y la acogida, a los gestos de fraternidad y de comprensión. Despiertan una gran preocupación sobre todo las situaciones en las que la migración no es sólo forzada, sino que se realiza incluso a través de varias modalidades de trata de personas y de reducción a la esclavitud. El “trabajo esclavo” es hoy moneda corriente. Sin embargo, y a pesar de los problemas, los riesgos y las dificultades que se deben afrontar, lo que anima a tantos emigrantes y refugiados es el binomio confianza y esperanza; ellos llevan en el corazón el deseo de un futuro mejor, no sólo para ellos, sino también para sus familias y personas queridas.
¿Qué supone la creación de un “mundo mejor”? Esta expresión no alude ingenuamente a concepciones abstractas o a realidades inalcanzables, sino que orienta más bien a buscar un desarrollo auténtico e integral, a trabajar para que haya condiciones de vida dignas para todos, para que sea respetada, custodiada y cultivada la creación que Dios nos ha entregado. El venerable Pablo VI describía con estas palabras las aspiraciones de los hombres de hoy: «Verse libres de la miseria, hallar con más seguridad la propia subsistencia, la salud, una ocupación estable; participar todavía más en las responsabilidades, fuera de toda opresión y al abrigo de situaciones que ofenden su dignidad de hombres; ser más instruidos; en una palabra, hacer, conocer y tener más para ser más» (Cart. enc. Populorum progressio, 26 marzo 1967, 6).
Nuestro corazón desea “algo más”, que no es simplemente un conocer más o tener más, sino que es sobre todo un ser más. No se puede reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, obtenido con frecuencia sin tener en cuenta a las personas más débiles e indefensas. El mundo sólo puede mejorar si la atención primaria está dirigida a la persona, si la promoción de la persona es integral, en todas sus dimensiones, incluida la espiritual; si no se abandona a nadie, comprendidos los pobres, los enfermos, los presos, los necesitados, los forasteros (cf. Mt 25,31-46); si somos capaces de pasar de una cultura del rechazo a una cultura del encuentro y de la acogida.
Emigrantes y refugiados no son peones sobre el tablero de la humanidad. Se trata de niños, mujeres y hombres que abandonan o son obligados a abandonar sus casas por muchas razones, que comparten el mismo deseo legítimo de conocer, de tener, pero sobre todo de ser “algo más”. Es impresionante el número de personas que emigra de un continente a otro, así como de aquellos que se desplazan dentro de sus propios países y de las propias zonas geográficas. Los flujos migratorios contemporáneos constituyen el más vasto movimiento de personas, incluso de pueblos, de todos los tiempos. La Iglesia, en camino con los emigrantes y los refugiados, se compromete a comprender las causas de las migraciones, pero también a trabajar para superar sus efectos negativos y valorizar los positivos en las comunidades de origen, tránsito y destino de los movimientos migratorios.
Al mismo tiempo que animamos el progreso hacia un mundo mejor, no podemos dejar de denunciar por desgracia el escándalo de la pobreza en sus diversas dimensiones. Violencia, explotación, discriminación, marginación, planteamientos restrictivos de las libertades fundamentales, tanto de los individuos como de los colectivos, son algunos de los principales elementos de pobreza que se deben superar. Precisamente estos aspectos caracterizan muchas veces los movimientos migratorios, unen migración y pobreza. Para huir de situaciones de miseria o de persecución, buscando mejores posibilidades o salvar su vida, millones de personas comienzan un viaje migratorio y, mientras esperan cumplir sus expectativas, encuentran frecuentemente desconfianza, cerrazón y exclusión, y son golpeados por otras desventuras, con frecuencia muy graves y que hieren su dignidad humana.
La realidad de las migraciones, con las dimensiones que alcanza en nuestra época de globalización, pide ser afrontada y gestionada de un modo nuevo, equitativo y eficaz, que exige en primer lugar una cooperación internacional y un espíritu de profunda solidaridad y compasión. Es importante la colaboración a varios niveles, con la adopción, por parte de todos, de los instrumentos normativos que tutelen y promuevan a la persona humana. El Papa Benedicto XVI trazó las coordenadas afirmando que: «Esta política hay que desarrollarla partiendo de una estrecha colaboración entre los países de procedencia y de destino de los emigrantes; ha de ir acompañada de adecuadas normativas internacionales capaces de armonizar los diversos ordenamientos legislativos, con vistas a salvaguardar las exigencias y los derechos de las personas y de las familias emigrantes, así como las de las sociedades de destino» (Cart. enc. Caritas in veritate, 19 junio 2009, 62). Trabajar juntos por un mundo mejor exige la ayuda recíproca entre los países, con disponibilidad y confianza, sin levantar barreras infranqueables. Una buena sinergia animará a los gobernantes a afrontar los desequilibrios socioeconómicos y la globalización sin reglas, que están entre las causas de las migraciones, en las que las personas no son tanto protagonistas como víctimas. Ningún país puede afrontar por sí solo las dificultades unidas a este fenómeno que, siendo tan amplio, afecta en este momento a todos los continentes en el doble movimiento de inmigración y emigración.
Es importante subrayar además cómo esta colaboración comienza ya con el esfuerzo que cada país debería hacer para crear mejores condiciones económicas y sociales en su patria, de modo que la emigración no sea la única opción para quien busca paz, justicia, seguridad y pleno respeto de la dignidad humana. Crear oportunidades de trabajo en las economías locales, evitará también la separación de las familias y garantizará condiciones de estabilidad y serenidad para los individuos y las colectividades.
Por último, mirando a la realidad de los emigrantes y refugiados, quisiera subrayar un tercer elemento en la construcción de un mundo mejor, y es el de la superación de los prejuicios y preconcepciones en la evaluación de las migraciones. De hecho, la llegada de emigrantes, de prófugos, de los que piden asilo o de refugiados, suscita en las poblaciones locales con frecuencia sospechas y hostilidad. Nace el miedo de que se produzcan convulsiones en la paz social, que se corra el riesgo de perder la identidad o cultura, que se alimente la competencia en el mercado laboral o, incluso, que se introduzcan nuevos factores de criminalidad. Los medios de comunicación social, en este campo, tienen un papel de gran responsabilidad: a ellos compete, en efecto, desenmascarar estereotipos y ofrecer informaciones correctas, en las que habrá que denunciar los errores de algunos, pero también describir la honestidad, rectitud y grandeza de ánimo de la mayoría. En esto se necesita por parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la “cultura del rechazo”- a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor. También los medios de comunicación están llamados a entrar en esta “conversión de las actitudes” y a favorecer este cambio de comportamiento hacia los emigrantes y refugiados.
Pienso también en cómo la Sagrada Familia de Nazaret ha tenido que vivir la experiencia del rechazo al inicio de su camino: María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Lc 2,7). Es más, Jesús, María y José han experimentado lo que significa dejar su propia tierra y ser emigrantes: amenazados por el poder de Herodes, fueron obligados a huir y a refugiarse en Egipto (cf. Mt 2,13-14). Pero el corazón materno de María y el corazón atento de José, Custodio de la Sagrada Familia, han conservado siempre la confianza en que Dios nunca les abandonará. Que por su intercesión, esta misma certeza esté siempre firme en el corazón del emigrante y el refugiado.
La Iglesia, respondiendo al mandato de Cristo «Id y haced discípulos a todos los pueblos», está llamada a ser el Pueblo de Dios que abraza a todos los pueblos, y lleva a todos los pueblos el anuncio del Evangelio, porque en el rostro de cada persona está impreso el rostro de Cristo. Aquí se encuentra la raíz más profunda de la dignidad del ser humano, que debe ser respetada y tutelada siempre. El fundamento de la dignidad de la persona no está en los criterios de eficiencia, de productividad, de clase social, de pertenencia a una etnia o grupo religioso, sino en el ser creados a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26-27) y, más aún, en el ser hijos de Dios; cada ser humano es hijo de Dios. En él está impresa la imagen de Cristo. Se trata, entonces, de que nosotros seamos los primeros en verlo y así podamos ayudar a los otros a ver en el emigrante y en el refugiado no sólo un problema que debe ser afrontado, sino un hermano y una hermana que deben ser acogidos, respetados y amados, una ocasión que la Providencia nos ofrece para contribuir a la construcción de una sociedad más justa, una democracia más plena, un país más solidario, un mundo más fraterno y una comunidad cristiana más abierta, de acuerdo con el Evangelio. Las migraciones pueden dar lugar a posibilidades de nueva evangelización, a abrir espacios para que crezca una nueva humanidad, preanunciada en el misterio pascual, una humanidad para la cual cada tierra extranjera es patria y cada patria es tierra extranjera.
Queridos emigrantes y refugiados. No perdáis la esperanza de que también para vosotros está reservado un futuro más seguro, que en vuestras sendas podáis encontrar una mano tendida, que podáis experimentar la solidaridad fraterna y el calor de la amistad. A todos vosotros y a aquellos que gastan sus vidas y sus energías a vuestro lado os aseguro mi oración y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.
Vaticano, 5 de agosto de 2013.

FRANCISCO